STELLA 7 deellas entraron á una inmensa sala tapizada de púrpura—pírpura velada y discreto puesta allí no para recordar 4 los reyessino para destacar los cuadros—y rodeada, menos en los dos extremos, por una biblioteca de nogal opaco que se detenía á cierta altura terminando en una repisa saliente, Sobre ésta y sohre otra que sobresalía debajo, á metro y wedio del suelo, reposaban algunos trozos de arteantiguo y moderno de raro mérito; un pedazo de friso con bajos relieves, un torso de mujer, una rueda de bacantes; bus- tos, estatuetas, vasos, eu mármol y en bron= ve, preciosamente patinados por el tiempo; una pequeña estatua del Dante, una cabeza de Voltaire, la máscara de Beethoven, y un Satanás soberbio, de Rodin,
En el centro casi de la sala, sobresu pe: destal, la reducción de la estatua de Wáshing- to por Houdon, y escritas al pie en letras muy claras, las palabras de Byron en su Oda á Napoleón: «¿Dónde descansará el ojo cansado de mirará los grandes?» «¿Dónde en- contrará una gloria que no sea cri Sí, hay un-hombre—el primero, el 6lt el mejor 4 quien la misma envidia no osó aborrecer, Nos legó el nombre de Wáshiogton para que se avergitenze la humanidad, de que semejante hombre esté sólo en la historia.»
Grandes divanes y sillónes, hechos para la lectura, la meditación y la molicie, disemis nados aquí y allá.