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Página:Duayen Stella.djvu/264

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258 STELLA

En el extremo izquierdo aparecían las paredes cubiertas de telas le maestro, selec» ionadas para ser colocadas ahí, entre las otras, elegidas también una á una, por Má- ximo, gran entendido, las que ocupaban su puesto en el hall y el comedor. En el sitio de honor de ese templete al arte, el blanco símn- bolo de la belleza eterna, en la púdica vesti- dura de sa desnudez sin defecto; la Venus de Milo.

En el lado contrario una pesada cortina de la misma púrpura, salpicada de flores herál- dicas de oro amortiguado, caía en gruesos pliegues, y cerrada como estaba entonces, dividía acortando el salór

Alex quedóse como sobrecogida, y fué pe- netrándose de una conmoción grande hasta empalidecer.

¡Ahi ¡la sala de su padre! ¡la sala de Cris- tanía; sus cuadros y sus libros!

Máximo sentíase igualmente conmovido en presencia de esa impresión; de las impre- siones complejas que adivinaba en ella,

—Estoy impregnada de arte y de recuer- dos, pudo al fin decir la joven. Es este el primer goce íntimo, espiritna!, que he sentido desde que estoy en Buenos Aires.

Mejor que por la palabra por la mirada, descubría la joven á Máximo sus preferencias. ¡Y cuánto admiraba él su aprobación segura, independiente, que reconocía lo bello en lo hello, sin perjuicios de firmas ó de escuelas!