STELLA El grin, que se inclinaba, cambiando con Ana María un apretón de manos.
—El principe Oscar, de la leyenda Bscan- dinava. ... dejó caer con afectada indolencia, un poeta que observaba, como entre bru- mas, la escena desde un rincón,
—Si es un muchacho! observó en voz alta la mamá de dos bonitas niñas, que sonreían sin saber por qué
—Vaya un sabiol. .. Exclamó con un can- dor, que él creía malevolencia, un buen señor que sólo conoció 4 Burmeister.
En medio de estos comentarios, la cara de la niña expresó, al volverse, tan claramente todas estas impresiones, que Gustavo le dijo en francés, riendo.
—Es posible que á este muchacho se le confíen misiones de tamaña responsabilidad! No es verdad, señorita?. .. No somos tan jó- venes, como parecemos, los hombres del norte, créame.
Ella rió también con toda su gracia y su coquetería, y el idilio comenzó. Un idilio apa- sionado en él, que sentía introducirse, como. un cuerpo extraño, en su alma grave y soña- dora, las inquietudes y agitaciones ardientes de un meridional, y se entregaba por ente- ro. En ella, más bien una gran satisfacción defamor propios el placer que encuentran casi todas las mujeres, que exbiben las distincio- nesde un hombre muy en vista, en el des- pecho y las emulaciones de las otras, una