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Página:Duayen Stella.djvu/292

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STELLA

Arrodilláronse los dos, balbuceando entré sollozos palabras de perdón. Levanté á mi madre, Mis manos uugidas, dieron sólo á mi hermano la absolución.

—«¡No, á usted no! Ningún hombre tiene el derecho de absolver á su propia madre; sería juzgarla. Dios ha instituido las madres para bendecir los hijos; bendiga usted al suyo». Y caí de rodillas á sus pies.

Nos separamos para siempre.

Han pasado veinte años, No he tenido una hora de arrepentimiento, ni de dolor. El Señor ha querido dejar sin mezcla eo mi pecho el regocijo de su propia acción.

He llenado mi misión de presidiario, como helenado mi misión de humilde cura de la aldea, y aspiro hoy á lo que aspiraba enton- ces: ser el hombre de buena voluntad, que muere en paz con Dios,

Bl mundo para mí se reduce á mis trescien- tos compañeros de cadena. Mi predicación evangélica continúa aquí para ellos, He te- nido la dicha de conmoverá muchos corazo- nes de piedra, de llevar la suave Inz de Ja con- formidad 4 más de un alma que se reroleaha en la desesperación.

Cuántos de ellos condenados á permanecer en esta fortaleza lo que dure su existencia, han aprendido que hay una esperanza para después de la muerte, con explicarles las pa- labras de Cristo: «¡Mi reino no es de este mundo.»