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302 STELLA ojos de ámbar, su serablante adquirió la gra- vedad del que cumple un acto solemne, acer- cólo 4 ella, y lentamente: besó su boca, sellan- do el pacto.

Máximo se estremeció; creyó que acerca- ban el cáliz á sus labios, y que esos otros la- bios purísimos, como el ascua ardiendo de Isaías habían purificado los suyos del beso impuro dela vida.

Una vez que la emoción se aligeró en am- bos, la niña dijo:

—Yo desearía tener algo que dejarte en re- cuerdo de este día. ¡Va soy grande, te repito, 7 puedo entender tantas cosas!'¿Ves?—abrió su boquita fresca para mostrarle sus nuevos dientes, blancos, intactos, pequeños, aunque

nás grandes que los granitos de arroz. —¿Ves

que soy grande, padrino?... ¡Ah! exclamó des- pués sonriendo con ternura, voy á mostrarte na cosa,

Alrededor de su cuello, que surgía libre de su bata abierta en cuadro, llevaba wna cade- nita de oro, dela que colgaban una cantidad de pequeños objetos de oro y plata, de dife- rentes formas y tamaños. La desprendió y la tomó en su mano.

—Estos chiches los llevo conmigo siempre. Alex, dice qne pronto será preciso aumentar muchos metros la cadena, pues cada día ten- go uno más.

Empezó á hacer pasar uno á uno por de- lante de los ojos de su amigo.