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STELLA » de sazonar, infaltable en las fiestas, y esa otra juventud sana é iutrópida, que iba al peligro por amor 4 la ciencia, en cumplimien- to de un deber contraído, Y lo esperó; lo esperó enla incertidumbre en que se perma. necía por sn suerte.

Una multitud enorme llenaba las dársenas; las calles de Buenos Aires tenían una anima: ción de fiesta. La bandera noruega, que muy pocos conocían, y solamente por haberla y to en algún buque mercante alguna vez, se reproducía á cada paso al lado de la bandera nacional. Alas tres dela tarde, de ese dí. avanzaron con trabajo por entre la multitud desbordante, los seis carruajes descubiertos que conducían 4 los expedicionarios salvados de los hielos del polo antártico. Habían ellos pagado ya, anticipadamente, al exponer sus vidas en una empresa de interés universal, las festaciones del pueblo que acudía á reci- birlos hasta las puertas de la ciudad, des- pués de haber compartido sus angustias.

Gustavo empalidecido por las fatigas y las responsabilidades que iban á cesar, saludaba cou un ligero movimiento de cabeza, y una sonrisa tan tanquila que parecía fría á esos millares de almas entusiastas y exhuberantes.

Este hijo de un país reflexivo y mesurado, sentíase tocado por tales aclamaciones, en- contrándolas excesivas. La expresión serena de su rostro era la misma que conservara inalterable dentro y fuera del peligro.