506 STELL habíanse bajado nuevamente, siguiendo siem- pre el movimiento delas aguas...
Se aproximó 4 ella, sentóse á su frente, € iba 4 hablarla; calló, para dejar que pregun- tara la Perla.
—¿Cuándo empieza la pesca?
Su pregunta alborotó á los otros, que la repitieron á una voz, Sobresalió la de Flo- reacio:
—Ché, Máximo, ya podíamos pescar.
—¿Y saldrá llena la red? consultaba Blvi- rita,
—alex, gritó muy alarmada Chochita, ¿y si sacamos á ese señor, que es mitad hombre y mitad pescao?...
— ¿Yo le tengo mucho susto! exclamó Ne- nuca, que volvía á recordar los «tigues» de la Atalaya,
—¿Y qué come ese señor? preguntó Susana más floja quela Nenuca.
—Come negritas, aseguró Miguelito, siem- pre mal intencionado,
Hubo que consolar 4 la Muschinga y tran- quilizar 4 los demás,
—¿Cuándo empezamos la pesca? digo yo como Florencio, preguntó Alex
—Cuando lleguemos á aqueila faja obscura. Allí encontraremos otro barco que nos espera con la red y con los hombres que nos ayuda- rán, contestó el barquero,
—¿Qué le parece, viejo, sacaremos algo? Si so, habrá que recurrir al milagro, querida