s STELLA 3
Tardó un momento ella antes de reanudar la narcación:
—Murió en sus brazos como lo había. de- seado, llevándose el infinito consuelo de co- nocer mi fe en él, A mi me quedó el demo haber dudado... Me dejó sus tres cuadros preferidos: el retrato de su madre, en traje de manola y el de su perro—dos obras admira- bles—y un paisaje de Corot.... Este últi 100 no está ya en mi poder. ... Una terrible impresión me causó su muerte; mi propia juventud me hizo reaccionar, Pero no pasa un día, uno sólo, siempre y en todas partes, que no evoque la sombra del hombre noble y alto que me hizo presentir una dicha que no conoceré jamás.
Calló Alejandra, y miró también el mar. Máximo conservaba su actitud atenta; pare- cía seguir escuchando lo que había cesado de escuchar,
De pronto repitió las últimas palabras de la joven:
—«¡Una dicha que no conoceré jamás!»... ¿Por qué? ..
—¿Por qué?. .. Porque hay muy pocos Fe- dericos Livanoff en el mundo.
Hizo ella esta respuesta en el tono de una convicción, pero en su tono no aparecía sino esa convicción; no había reproche para los demás, por no ser como él había sido.
Máximo pensó un momento, y luego como