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cayendo en cuenta recién, dijo serio, movien- dola cabeza:
-—Tiene usted razón, Alex,
Después añadió, dejando respirar por sus
Jabios 4 pensamientos que le habían ido na- ciendo. Me parece más heroica la ección de Fe- derico que la de Juan Beltraod.... Alo me- nos yo “ne encontraría más capaz de la del último,
En la proa tenía lugar ahora un certámen, Cada nuo de los niños, por turno se paraba, recitaba su fábula ó su verso, y en medio de las ovaciones volvía á sentarse. Iba 4 llegarle nuevamente su turno al barquero.
Semejante á la mano que recorriendo úna cadena, eslabón por eslabón, se detiene en uno de ellos, el pensamiento de Máximo que recorría todo lo que habían hablado en la barca, quedóse tomado de una frase de Alex: «Para una mujer que olvida, hay diez que no saben olvidar», La lentitud con que la murmuró, hizo que ella levantara la cabe- za y lo mirara. Vió él una tristeza tan inte- ligente en sus ojos, una tristeza que era tris- teza porque comprendía, que en un momento de espontánea simpatía, como á una herma- na le tomó la mano, que ella como á un her- mano le abandonó. Guardó entre las suyas esa mano.
Su pensamiento veloz continuó recorrien- do la cadena, hasta que se detuvo mueva-