E STELLA
alcanzar su cuello, abrazaban sus piernas y su cintura. Se agachó, é inmediatamente su rostro moreno y enérgico, fué cubierto por montones de besos frescos y perfumados co- mo fresas. Se acercó Á Stella que le dió sus felicitaciones y sus cariños.
—¡Cómo me gusta ver conquistada su alma indómita! Mis hijos vencen siempre, —dijo Alex; y con una de esas miradas femeninas tan expresivas, que parecen resbalar entre las pestañas, continuó: —¡Si está chocho! co- mo dicen los porteños,
—¡Estoy chocho! dijo él imitándola, pero chocho con la madre.
— ¡Nuestra madre! repitieron riendo los niños.
—Ché, Máximo, es carnaval, le anunció Miguelito.
—Sí, Máximo, es carnaval, anunciáronle los demás.
Rió él recordando 4 Cándido y dijo:
—Me he convidado á almorzar con uste- des. Almorzaremos con champague, para fes- tejar al viejo tío, solo el pobre como un buho, allá en la Atalaya.
—¡Bravo, bravo! que el viejo tio almuerza con nosotros.
Florencio, reflexivo siempre, dijo de pronto.
—Pero es que Alex no tiene champagne.
—Por eso Cándido le habrá ya llevado el mío, contestó Máximo, tranquilizando los ánimos