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Con posterioridad, los federalistas realizaron una activa propaganda en favor de sus ideas, encontrando adeptos en todos los bandos que en la época existían.

Los principales propagandistas fueron José Miguel Infante y el boliviano Manuel Aniceto Padilla. Verbalmente y por escrito, sostuvieron que mediante este sistema las provincias podrían igualarse a la capital y podrían gobernarse por sí solas, con las consiguientes ventajas que esto significaría. Naturalmente, como consecuencia de esta propaganda, se incrementaron las rivalidades entre la capital y los principales centros de aquella época, que eran Concepción y La Serena.

Las ideas federalistas cundieron en forma extraordinaria. Se produjo en el país una especie de sugestión, tal vez poco conocida hasta entonces. Los federalistas aparecieron por todas partes, en los más diversos ambientes y dentro de las más variadas ideologías políticas. Padilla obtuvo numerosos adeptos en las clases modestas de la capital y de provincias, especialmente en quienes eran contrarios a las ideas de orden y disciplina, porque el federalismo llevaba en sí un germen de disolución política. Infante logró adeptos en forma increíble entre destacados personeros políticos y sociales de la época. Así, fueron federalistas los señores José Ignacio Cienfuegos, Joaquín Campino, Francisco Ramón Vicuña, Diego Antonio Elizondo, José Silvestre Lazo, el clérigo Juan Fariña, etc.

Hacia 1826, el partido o bando "Federalista", constituía, pues, una fuerza política poderosa en el país.

Sus principios doctrinarios se encuentran esencialmente en las ideas federales implantadas por la Constitución Política de los Estados Unidos y tenían au raíz nacional en las rivalidades que desde la época colonial existían entre Santiago y las provincias, por razones más bien mentales y de idiosincracia regional, que de diferencias profundas.