do llevan nombres araucanos, como ocurre con muchísimos de Chiloé (traiguén, alhue, laucar: de laucan, arrancar el pelo, coo, deño, challanco, macuñ, invunche, caleuche, etc.)
Pero la concepción misma del brujo es distinta en Europa y entre los araucanos. Estos últimos hacen un claro distingo entre la magia blanca y la negra. La primera está a cargo de los machis; la segunda, de los calcu. Estos últimos emplean los para ocasionar daño a los mortales, entendiendo por huecufü a todo aquello que lo puede ocasionar (un veneno, algún bicho, piedra, punta de flecha, etc. introducido en el cuerpo, etc.). Normalmente, el individuo no debe enfermarse; si ello ocurre, se debe siempre a que un calcu le ha hecho el daño, le ha tirado el mal. Como ya se dijo, los araucanos, si bien conocen a un Ser Supremo (Veáse Pillan, Nguenechen, Nguenemapun), carecen del concepto del diablo, pero las funciones de éste son desempeñadas, de cierta manera, por los calcu. Se les considera, por consiguiente, como individuos mal intencionados que se encuentran permanentemente al acecho para ocasionar un daño a otros. Lo hacen, en gran parte, por simple afición al mal, pero tam-