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y se destacan sorprendentes capacidades que ponen en evidencia recursos extremadamente favorables para el género típico. Aún no son del dominio público las adaptaciones de la armónica en el repertorio criollo, como una tendencia vernácula que corresponde a la incorporación del bandoneón por los argentinos. Es de notar también el repudio popular al "acordeón - piano" y otros instrumentos de fuelle.

Refiriéndose a los cordófonos son dignos de mencionarse tanto el "charango" como el "charrango". Figuran mas bien aquel como americano, en modelo único labrado en el caparazón de un armadillo; así como el "charrango" se singulariza en las regiones andinas de Chile con todo el primitivismo que le asegura una gran tabla sobre la cual se ajustan tres cuerdas, suspendidas al aire con botellas tendidas, y todas las apariencias de un cerril artefacto.

Categoría muy destacada ocupa en las ciudades chilenas, y con innegables antecedentes folklóricos, la afición al piano vertical, de procedencia extranjera; aunque no con tanto fanatismo como se acoje al bandoneón en la Argentina y el saxofón en los E.U. de América. Esta adopción nuestra queda documentada con una estrofa de la zamacueca que dice:

"Cuando me estarán cantando
con arpa, guitarra y piano
con una niña en parada
con su pañuelo en la mano".

En cuanto a los antecedentes históricos resultan bien explícitas las aseveraciones de los tradicionalistas que viajaron por nuestras tierras en el pasado siglo. En 1818 el Enviado norteamericano G. W. Worthington hace amplia alusión a los conjuntos de piano y guitarra que oyó en Chile. En 1836 el almirante L. J. Duperrey escuchó este mismo conjunto en Concepción y el viajero inglés A. Gillespie lo anotó en Buenos Aires en 1806.

De este modo la combinación sonora: piano, arpa y guitarra, al parecer arbitraria, pasa a confirmarse en virtud del aporte característico de la cuerda golpeada del primero en función percuciente. Esta modalidad organográfica tomó cuerpo y se entronizó al favor del virtuosismo espectacular de los pianistas populares (burdeles, lenocinios y fondas), llegando a obtenerse sobre el teclado una modalidad característica que favoreció y estimuló un horizonte sonoro, desgraciadamente