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casi perdido. Este arbitrio percusor se patentiza en nuestros días con los compases iniciales del "boogie woogie", en octavas graves alternadas, implicando un franco efecto percutiente. En la propia forma actuaron los pianistas populares de las fondas septembrinas y navideñas en los suburbios de Valparaíso y Santiago, bordando los contratiempos e indecisiones rítmicas de la zamacueca con divagaciones melódicas del bajo, estrictamente golpeadas. Aunque esta innovadora tendencia nunca pasó de la categoría de una pura intuición, dejó establecida una escuela de virtuosos; calificando una modalidad típica en el conjunto clásico del folklore chileno.

En un rango muy deslucido se han preservado los instrumentistas de soplo, con pasajeras aficiones populares, las murgas, bandas y orquestillas son raras a causa del desapego precipitado y sólo medraron en la época nacionalista del circo chileno. Ni aún la flauta, los flautines y los "flautones" usados por los romeros del Norte han podido trascender; confirmando el aludido prurito de simplificación.

Digno de lamentarse es el giro inesperado del gusto popular en materia de organografía, desechando el guitarrón y el rabel. El primero se usaba para ilustrar las recitaciones de los "verseros" y los desafíos poéticos de los payadores; y, los "rabelistos" se prodigaban en parejas o se hacían acompañar por los conjuntos de cuerdas.

El conjunto instrumental moderno da preferencia a las guitarras y auxiliando a éstas sólo figuran el arpa, el acordeón y los instrumentos percucientes.



Bibliografía

Paredes,