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el ciclo de las diversiones privadas que aún observa y practica la sociedad chilena, prima el agasajo a cada uno de sus miembros en el "día de su santo". A veces coincide éste con la fiesta onomástica de la persona celebrada o bien con el aniversario de su nacimiento, relegando casi al olvido las fechas en que se cumplen años de algún suceso familiar o personal. La glorificación aludida es un rito hogareño en el cual se incorpora sucesivamente a cada persona de la casa y comprendiendo la servidumbre, los vecinos, los parientes y todas las relaciones de amistad. El padre, la madre y las hijas casaderas gozan de especiales privilegios, celebrándose ellos mismos con una reunión social seguida de baile, ágape o cena y reciben los regalos y obsequios de los invitados y visitantes. Por correspondencia o por teléfono se cruzan las felicitaciones con la consigna de que "hay que saludar a fulano en su día" y el encuentro personal requiere un prolongado y palmoteado abrazo y plácemes. El ciclo de estos holgorios se concentra entre Junio y Septiembre y en determinadas fechas invitantes e invitados "están de mantel largo", con opción, a la "corcova", cuando la fiesta se prolonga; o bien, ser invitados a "los conchos" (sobras del festín); relegando a los menores, en cada uno de estos convites, a "la mesa del pellejo". Las concomitancias del santoral con esta serie de regocijos promueve en Chile algunas anomalías inexplicables al observar el revuelo y el fervor con que se celebran los Manueles y los Pedros, las Carmenes y las Mercedes, en detrimento de las Marías que son las más numerosas y los Juanes a los cuales poco se atiende en la gran