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Artesanía.

Discutibles y mediocres pericias colaboraron en la talla de esculturas religiosas, especialmente en la era prerepublicana. Comedidos artistas - en general sacerdotes - que carecían de oficio y anónimos obreros manuales, dueños de sus manos pero desprovistos de gusto, empeñaron sus capacidades en reducidos géneros; sin que sea posible hasta ahora dirimir sus rutinas y discrepancias.

Las necesidades del transporte en los días del Coloniaje, impusieron la simplificación de las estatuas e imágenes religiosas. Esta amputación fué mayor en Chile que en cualquiera otra colonia y las cabezas y manos de las esculturas eran conducidas a lomo de mula por los desiertos norteños, confiando a los nativos la factura de la rústica armazón. Las amplias vestiduras debían ocultar los maderos que unían las extremidades y llegaban a apoyarse en un pedestal.

Los santeros nativos iban aún más lejos en el afán de rehuir las dificultades, disimulando el cuello con la cabellera aplicada y ahorrándose una mano labrada al cubrirla con el Niño Dios. Demás está advertir que en esta línea de facilidades llegaron a deformar las figuras con proporciones impropias, pero suceptibles de caber en los nichos. La moda de las vírgenes triangulares (Andacollo, Monserrat) evitó la falta de rigidez de la argamasa, del mimbre o de la paja y no quedaba más preocupación que los ropajes de tela, en vez del cartón engomado; el cual fué menester abandonar por las preferencias de las ratas.

Si hubo artífices de nota, en la santería, no conocemos sus nombres; y, el ejemplo del "Señor de Mayo", obra del padre Pedro de Figueroa, encomendada por La Quintrala, nos muestra en el Convento de San Agustín, de Santiago, además de su realismo, el sello inconfundible de la talla popular.

Abundan en las sacristías y altares de las iglesias tributarias hermosísimos ejemplares esculpidos por humildes talladores, confundidos, muchas veces con las imágenes de Lima, Cuzco, Potosí y Quito, y aún venerables efigies de labor hispánica con influencia barroca, renacentista, gótica o plateresca. No hacen lucido papel en el conjunto las esculturas chilenas y de ellas vimos airosos ejemplares en la Exposición de Imagenería española e Hispanoamericana que organizó, en 1950, el Instituto Chileno de Cultura Hispánica. Esta valiosa muestra reunió en Santiago una hermosísima colección; pero desvirtuada geográficamente con sus preferencias metrópolitanas. Los