el escrito con gozo; pero, con no pequeña sorpresa, me encontré con que el autor ni siquiera me mencionaba. Más tarde resolví el enigma, Un amigo de ambos me visitó, y me manifestó que el autor, un joven de talento, había querido cimentar su fama en aquel escrito; pero había creído con razón que le perjudicaría ante el mundo científico apoyar con mi nombre las doctrinas sustentadas por él. El escrito tuvo buena fortuna, y el ingenioso joven autor se me ha presentado más tarde personalmente y me ha dado sus excusas.
"El caso me parece tanto más notable—dije yo—cuanto que en todas las demás cosas se está orgulloso de contar con la autoridad de usted, y todo el mundo se siente dichoso de hallar en su aprobación un poderoso apoyo ante el mundo. En cuanto a su teoría de los colores, lo malo es que no sólo tiene usted que habérselas con el célebre Newton, cuya autoridad es universalmente reconocida, sino con sus discípulos, repartidos por todo el mundo, que acatan fielmente al maestro, y cuyo número forma legión. Aunque al cabo llegue usted a tener razón, tendrá que pasarse bastante tiempo solo con su doctrina."
"Estoy acostumbrado y preparado a ello—replicó Goethe—. Pero diga usted mismo—continuó diciendo—, no puedo sentirme orgulloso de haber reconocido desde hace veinte años que el gran Newton y todos los matemáticos y grandes calculistas estaban equivocados en lo relativo a