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suyo. Si no no dirían: el señor Dios, el amado Dios, el buen Dios. En su boca, particularmente en la de los clérigos, que le usan a diario, Dios se convierte en una palabra, en un mero nombre sin significado. Si estuvieran penetrados de su grandeza, quedarían mudos y no podrían nom- brarlo, de pura veneración."