Nadie le hizo observación alguna sobre el particular.
Clara y Juanita sentían el corazón muy lacerado para ocuparse de otra cosa que de su desgracia, y el sabio por su parte, silencioso como un marmolillo, sólo tenía puesta su imaginación en su proyecto, que era desembarcar en una época de oscurantismo y de autocracia donde la arbitrariedad de las leyes le permitiera obligar á su pupila á llamarse su esposa.
La ciudad estaba desierta. La primera emperatriz había fallecido la noche antes, y el luto nacional, según el edicto del emperador, prohibía á todo hijo del celeste Imperio salir de sus viviendas ni abrir puertas ni ventanas en el transcurso de cuarenta y ocho horas.
Llegados los viajeros á los muros de Ho-nan é interrogados por el jefe de la guardia acerca de sus designios, Benjamín, que era el intérprete de la expedición, le expuso sus deseos de ser recibidos en audiencia por el emperador Hien-ti. El traje de los excursionistas, los rasgos fisonómicos de la raza europea, la vigilancia que se le tenía prescrita y la sospecha de que los anacronóbatas pudieran ser sectarios de los Tao-ssé, tan perseguidos á la sazón por el partido de los letrados dueños del poder, hicieron parar mientes al oficial, y creyendo servir con ello la causa de su monarca, dispuso que, escoltados por su gente y con los ojos vendados, fueran conducidos á la presencia del emperador.
Obtenida la venia del monarca, los viajeros, no sin gran susto aunque tranquilizados por la erudición de Benjamín que se esforzaba en persuadirles de que en la conducta del jefe de guardia no había malevolencia sino cumplimiento del ritual observado en la corte china, se encontraron delante de Hien-ti.
Era este soberano un hombre corrompido, de condición viciosa, en quien la sed de placeres no bastaba á saciar el insultante lujo de que se rodeaba á costa de sus abyectos vasallos. El palacio ó yamen que habi-