las fieras destinados al combate. En frente se hallaba situada la puerta libitinensis, por donde se sacaba á los bestiarios muertos para ser conducidos al spoliarium, en el que se les despojaba completamente de lo que sobre sí tenían.
Los ecos de los clarines anunciaron la aproximación de los gladiadores; y en efecto, no tardaron en presentarse en la arena todos juntos para saludar al auditorio; siendo recibidos por éste con un batir de palmas que no parecía sino que Frascuelo y Lagartijo habían cambiado de traje y que el público de los barrios altos y bajos de Madrid estaba veraneando en Pompeya. Porque hay que tener presente que aplaudir y silbar ha sido en todas épocas el modo más admitido por el pueblo de expresar su satisfacción ó su desagrado; y cuando esta última manifestación tenía lugar en un teatro, el actor que de ella era objeto, estaba en el deber de quitarse la máscara como para acusar recibo de la silba.
Despejado el redondel después del paseo, un nuevo punto de clarín echó al anillo á los essedarios; luchadores que combatían sobre carros, á ejemplo de los galos y bretones. Vinieron en seguida los hoplomacos, armados de piés á cabeza y antagonistas de los provocadores. Ni unos ni otros consiguieron hacerse sangre, quedando todo reducido, con gran descontentamiento de la muchedumbre, á unos cuantos chichones sin consecuencia. Tras éstos exhibiéronse los mirmillones ó gallos, que usando de lanza y escudo á la manera de los originarios de la Galia, reñían con los retiarios; los cuales al perseguirlos con la red y el tridente les gritaban:—Galle, non te peto; piscem peto. Es decir:
—Gallo, no á ti; á tu pescado quiero. Con lo que aludían á un pez de metal que en la cimera de sus cascos ostentaban los opuestos combatientes. Ó el gallo había perdido los espolones ó el pescador lo era más de caña que de red, ello es lo positivo que en una de las