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Página:El Anacronópete - Viaje á China-Metempsícosis (1887).pdf/193

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el anacronópete

intentonas tuvieron la mala suerte de tropezar, cayendo cada cual por su lado, y sobre los dos una rechifla que ni cuando el concejal presidente deja pasar un toro de varas.

Por fin sonó la hora de los meridianos, gladiadores que peleaban á la de medio día, y cuyo espectáculo era, para hablar técnicamente, el bicho de la tarde, el quinto escogido á pulso: una circunstancia excepcional venía á hacerlos más interesantes; ambos luchadores eran rudiarii; ó lo que es igual, que habiendo servido tres años consecutivos, tenían ganado el rudis, grueso bastón con nudos, símbolo de retiro ó licenciamiento en los circenses, donde ya no debían volver á presentarse sino, como en la ocasión aquella, por un acto de su voluntad omnímoda.

Aplaudidos y otorgada la venia por el gobernador ó prefecto presidente, empuñaron las arma lusoria; espadas de madera recibidas en premio en varios ejercicios; y con ellas empezaron á ejercitarse cruzándolas en continuos choques: especie de proemio, como cuando los picadores prueban las puyas sobre la valla, al que daban el nombre de præeludere, ventilare. Pero era necesario andar muy listos en esta operación; porque, en cuanto el clarín sonaba, deponían los juguetes; y, echando mano de los verdaderos trastos de matar, propinábanse cada linternazo que era una bendición de Dios.

Así lo hicieron; y como los dos eran mataores de fama, costó gran trabajo al más afortunado—pues no sé si era el más fuerte—derribar de un volapié á su antagonista que cayó á plomo revolcándose en la arena.

Á la vista de la sangre, el pueblo lanzó un rujido de entusiasmo. El vencedor consultó con la mirada al auditorio que, teniendo derecho de vida ó muerte sobre el vencido, podía otorgarle gracia presentando la palma de la mano con el pulgar encogido; pero la sed