bajan á Pompeya, sepultada en el primer siglo de la era cristiana y descubierta en tiempo de Carlos III, de la que hoy se conoce ya todo el perímetro y más de tres cuartas partes de la ciudad están desenterradas. ¿Qué podré decirte de ella? Su orden arquitectónico te es bien conocido. Pues bien; imagínatela toda cortada á la altura del primer piso de sus casas y sin más que la planta baja en pié. Pórticos, vestíbulos, patios con fuentes microscópicas y detalles liliputienses, y detrás el gyneceo ó habitaciones para las mujeres; columnas estriadas como base de apoyo, mosáicos por adorno y el cave canem inscrito en el suelo cerca de la perrera, como aviso prudente para las pantorrillas del visitante. Parece una ciudad cuyos moradores han salido para asistir á alguna fiesta cercana, y á cada momento crees que van á hacer irrupción en sus dominios. En su museo se admiran cosas sorprendentes: trigo y legumbres carbonizadas, pan cocido el día de la erupción, aceite metido en tinajas, joyas pertenecientes á los cadáveres, que se han encontrado envueltos en una capa petrificada de lava y azufre, y de los que han sacado vaciados en yeso, conservando la posición en que los sorprendió la muerte; papiros á los que se da cierta consistencia con una substancia química, y que colocados bajo una campana de cristal, se los sujeta á un aparato que desenvuelve dos milímetros por día, hasta que toda la hoja desarrollada, se la fotografía, y pegada á un cartón, pasa á enriquecer la biblioteca de manuscritos, más notable bajo el punto de vista de la curiosidad que de la historia. ¡Qué impresión al visitar aquel teatro donde resonó la musa de Plauto y de Terencio! ¡Qué movimiento de horror ante aquel circo, donde tantos gladiadores han apagado con su sangre la sed de espectáculos cruentos del pueblo latino! ¡Qué sobrecogimiento ante aquel foro, que Cicerón ha sabido llenar con su presencia cuando para reposar de las tareas de Roma, iba á solazarse
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