está compuesta de varias mujeres de distintas edades, pero de fealdad idéntica; algunas veces hay también un hombre; pero como éste viste el mismo traje que aquellas, carece en absoluto de barba y todos poseen los mismos rasgos fisonómicos, resulta que para el viajero inexperto el chino es el sér que bajo una misma terminación y artículo comprende los dos sexos, masculino y femenino, y que la gramática coloca en el género epiceno. Ojo pequeño y algo oblicuo, encerrado en un párpado carnoso, sin casi ceja, frente no muy deprimida, nariz aplastada, pómulos salientes, labio superior con honores de hocico, dientes un poco más pequeños que teclas de piano, color mejor que hictérico, amarillo de vicio, pelo negro de sartén con la aspereza exacta de la crin; lampiño el hombre, rechoncha la mujer, pero ambos escrofulosos y llenos de pupas y asquerosidades, son los componentes de una cabeza china de la clase humilde, que comprenderemos en la denominación de culi, como aquí se llama al bracero, mozo de cuerda y todo el que ejerce un oficio bajo.
Un calzón ancho hasta el tobillo, de una tela que debió ser percal negro ó azul y que, perdido el aderezo de goma, ha degenerado en tejido de grasa, y una blusa de lo mismo abrochada por el costado, pendiente hasta el muslo, con mangas perdidas y largas hasta rebasar un palmo las manos, que quedan ocultas en ellas, constituyen el traje común de dos. No hay camisa ni cosa que lo valga. El pié desnudo; alguno que otro lleva una suela sujeta con cordeles al tobillo; pero es raro. Como ves, nada más parecido al disfraz del pierrot francés, salvo el color y la limpieza. La mujer lleva la cabeza cubierta con un pañuelo de algodón, colocado lo mismo que nuestra gente del pueblo; el hombre la ostenta casi siempre desnuda. Usa, sin embargo, en verano un shalakó ó sombrero de bambú, en forma de un disco desmesurado, con un pingorote en el centro, como la tapadera de una taza, y en invierno