Estas épocas deben considerarse como las matemáticas del mundo. ¿No son producto de evoluciones atmosféricas? Sí. ¿No contamos por ellas la edad del globo? Sí. Pues si cada película es una serie de siglos, cada gota, cada chispa, cada ráfaga debe ser una porción de segundo; luego las horas se ciernen en el espacio: afirmemos pues que el tiempo es la atmósfera.
El entusiasmo, reprimido en el auditorio por efecto de la admiración, estalló en la primera pausa propicia, y una tempestad de aplausos y aclamaciones retumbó en el recinto haciéndose extensiva hasta los corredores donde la gente aplaudía por espíritu de imitación. Uno de los concurrentes, levantándose del asiento con gran extrañeza del público que creía que abandonaba el local, se encaró con el sabio y le dijo:
—¿Se me permite exponer una duda?
—Todas cuantas se originen—respondió don Sindulfo.
—Si el orador considera al tiempo como una faja densa, ¿no es de presumir que dada la depresión de todo cuerpo esférico por sus polos, los de la tierra queden sin envoltura como la imperial del sombrero y el aro ó círculo de la cabeza han quedado sin gasa en la demostración?
—Es indudable; y eso no hace sino confirmar mi tesis. Probado que la atmósfera es el tiempo y que el tiempo lo forman los acontecimientos, si nadie ha ido todavia á lós polos, en los polos no ha sucedido nada; y no haciendo falta el crespón ó envoltura allí donde no hay vitalidad, esta economía de atmósfera ha sido la sisa del sastre naturaleza.
Una sonora carcajada acogió la humorística refutación del sabio, quien sin inmutarse prosiguió el curso de su conferencia.
—Nada más simple, señores, que descomponer un cuerpo cuando los elementos que lo componen nos son conocidos. Si yo sé que este signo de luto de mi som-