cia, á la tumba que, el finado en vida ó el hijo á su muerte, ha adquirido en virtud de informaciones dadas por una especie de agoreros ó adivinos, que viven de esta especulación. Su misión es estudiar el terreno, siempre montuoso, en que el cadáver hallará más dulce bienestar, y que mejor se adapte á sus condiciones de carácter, según las revelaciones atribuídas á sus sortilegios. Inútil es decirte que los tales arúspices se ponen á menudo de acuerdo con el propietario de un yermo invendible; y que, abusando de la supersticiosa credulidad en que todo chino incurre, llega hasta á hacer pagar á su cliente cien mil duros por lo que no valdría veinticinco en buena venta.
La tumba china afecta invariablemente la forma de Omega, ó para los que no sepan griego, de una corcheta, mucho más elevada por el centro de la curva que por los extremos, y con el espesor suficiente para contener un cuerpo humano entre el doble tabique de su linea. Su diametro alcanza catorce ó más metros; el hueco central está esmaltado de flores, y una verja de caprichosa forma circuye, aunque no siempre, el todo.
La comitiva enciende grandes teas de ramas secas, con las que á los cuatro vientos se ponen todos á dar golpes al aire para ahuyentar los malos espíritus, operación muy frecuente en los actos de la vida china, concluído lo cual dan sepultura al muerto, gritan otro ratito, y depositando en la tumba comestibles y otras menudencias, se da por terminado el acto.
La idea de que el espíritu del muerto anda errante, y puede carecer en la otra vida de los artículos más necesarios, incluso el dinero, hace que el chino esté enviando constantemente remesas á sus deudos de todo género de cosas; pero como el procedimiento saldría muy caro, han inventado un expediente tan original como lucrativo para los que á tal industria se dedican. Consiste éste en la fabricación de enseres fú-