tebras cervicales, ni más ni menos que como se descabella á un toro: y si es muy rico, compra quien lo reemplace en el cadalso; lo que se obtiene, tanto por la indiferencia con que mira la muerte el chino de precaria condición (que halla en este mercado manera de que sus hijos le hagan honras fúnebres de que carecería de otra suerte), cuanto por la benevolencia de los tribunales, que se contentan con que el crimen suceda al castigo, sea quien fuere el que lo sufra: por último, cuando se cuenta con influencias, se soborna á los jueces, y entonces la faena se lleva á efecto fuera de la época reglamentaria; pero en lugar de salir el reo de la cárcel metido en un canasto con las piernas colgando coram populo y á la luz del día, lo llevan por la noche al campo del suplicio, donde le aguarda una litera que lo conduce á otra provincia, y el público se da por satisfecho con creer que la cabeza del inocente que yace en el suelo es la del verdadero criminal.
Después de referir tantos horrores, quisiera concluir con una frase de consuelo. Ya dí con ella:
No hablemos más de Cantón.