Dirigiéronse por lo tanto al gabinete de señoras, donde Clara y Juanita se habían refugiado como los chicos que se esconden cuando creen haber hecho algún mal; y conduciéndolas capciosamente al laboratorio, mientras Benjamín conseguía con maña que las muchachas se pusiesen en contacto con los conductores, don Sindulfo las volvía inalterables con un par de descargas que las hizo retorcerse como culebras.
—Oiga usté—dijo la de Pinto encarándose con su amo así que pudo enderezarse y articular palabra—si es que usté quiere no seguir comiendo más que sémola, repita usted esa operación y verá usted salirle muelas... de la boca. ¿Para qué ha dado usted esas vueltas al organillo que nos ha dejado como si tuviésemos alferecía?
—Menos gritos—le arguyó su amo.—Aquí estais bajo mi férula. Empezó mi dominio y no hay para qué pedirme explicaciones de mi conducta. Vuestra misión es obedecer y callar.
—En cuanto á eso, poco á poco—interpuso Clara.
—¡Cómo! ¿Te me insubordinas?
—No señor; pero protesto de que haya usted abusado de nuestra ignorancia, para obligarnos por sorpresa á emprender un viaje sin precedente en el mundo.
—¿Y quién te ha dicho?...
—¿Quién ha de ser, hombre de Dios, sino la mismísima milicia española que se está burlando de usté, á pesar de saber más matemáticas que Motezuma?
—¿Qué oigo? ¿Ha encontrado Luís medio de hacerte llegar alguna carta?—preguntó el sabio aturdido y sin sospechar que, no obstante su tiranía, hubiera podido ser el capitán esquela viviente.
—Digo, digo, una carta!... Toda una baraja completa para hacerle á usted tute.
—Procura no ser insolente, porque de lo contrario en llegando á la Roma de los Césares, te vendo como esclava al primer patricio que encuentre en la calle.