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LEOPOLDO LUGONES

—En nombre de AI-Aziz-Bil'lah!

Vacilé como ante un abismo de misterio y de duda. Todo un mundo inmemorial, absurdo y trágico a la vez, pasó ante mí con este recuerdo:

Al-Aziz-Bil'lah, el último Imán de los Asesinos!


II


Con todo, mi interlocutor debía resultar más sorprendente que su mensaje, por otra parte incomunicable hasta hoy; aunque el lector habrá comprendido que se refiere a la famosa secta maldita del Oriente, sobre la cual dije todo cuanto puedo publicar sin felonía, en la narración titulada El Puñal.

Empezaré, pues, a referir lo pertinente de la entrevista, desde que habiéndonos instalado en la habitación de mi interlocutor, éste me dijo:

—Aunque estuve, algunos años ha, designado en el Japón, que fué donde conocí a Tablada, el encargo que acabo de cumplir me lo dieron para usted en Londres. Vengo de allá directamente, acreditado también ante otros dos países limítrofes. Pensaba establecerme acá, pero una amenaza fatal acaba de intervenir en mi destino. Aquella señora de... —cómo es?—aquella hermosa mujer que se empeñaba en filosofar conmigo...

—Clotilde Molina?

—La misma—recordó con tranquilidad. Y luego, sin variar de tono:

—Esa dama se enamoraría de mí.

No pude reprimir un movimiento de disgusto an-