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Página:El Angel de la Sombra.djvu/138

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LEOPOLDO LUGONES
LXIV


Ordenó que no la contrariasen mientras practicara el régimen prescripto. Mucha dulzura, mucho disimulo ante sus caprichos, si, alterando su natural docilidad, le sobrevenían.

Apreciaba más bien como episódica aquella enfermedad; es decir con cuidado, pero sin alarma. La rapidez de la mejoría confirmábalo al parecer.

Lo indispensable, sí, era fortificar a Luisa, evitarle toda grande emoción. Afortunadamente llegaba el verano. Apenas entrara de lleno, intentarían la cura que era el grande hallazgo de actualidad para las afecciones del pecho, y nunca aprovecharían mejor aquella residencia del balneario, que tantas comodidades ofrecía. El sería también huésped de tiempo en tiempo, que muy cansado andaba, y creía poder arreglarse con un suplente para dejar la clientela en sus manos hasta por quince días. Bueno era, pues, que fuesen preparándose.

Enterada de todo por la tía Marta, quien, considerándola digna de confianza sin ambages, no le ocultó ni la prescripción de acatar sus previstos antojos, experimentó Luisa confortante alegría. La carta de Suárez Vallejo llegó por entonces, completando aquella favorable impresión; y para tornarla definitiva, decidió se simultáneo el compromiso de Adelita y Toto, aunque a indicación de aquélla, no lo formalizarían sino durante la temporada en el balneario.

Fué tan visible el efecto del régimen prescripto