cia en los ángeles es común a todos los pueblos: hecho singular, puesto que no se trata de seres vinculados a ningún interés capital, como la vida y la muerte, la bienaventuranza o la salvación, sino puramente de entidades de belleza. Por lo demás...
—Por lo demás, qué?—interrumpí con descortesía, bajo el incontenible sobresalto de una inminencia fatal.
—Yo he visto un ángel, señor, y asistí a su sacrificio.
Fué así, claro, sencillo, sin un ademán, sin un gesto, sin una frase.
En el silencio de la noche pareció que se acercaba la eternidad...
Pero aquí, para evitar la monotonía de un relato en primera persona, contaré a usanza corriente lo que el protagonista de la historia me refirió:
Carlos Suárez Vallejo debió a la a notoriedad de algunos romancillos filosóficos elogiados por la prensa de su ciudad natal, el puesto de ayudante
en el archivo de Relaciones Exteriores y la amistad de los Almeidas, familia distinguida, en cuyo
salón era tradicional el culto de la buena literatura.
Si el dueño de casa, don Tristán, a quien por su estampa señoril solían llamar don Tristán de Almeida, era mejor letrado de bufete que cultor de las bellas letras, sin perjuicio de estimarlas en su justo valor, doña Irene Larrondo, su esposa, de los Larrondos de Mauleon, como ella advertía siempre, jugueteando con su guardapelo decorado por