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LEOPOLDO LUGONES

Pues durante muchos días, quizá el resto de la temporada, no podría salir.

La persistencia del temporal acarreaba ya desapacible frío. Fácil era prever que al disiparse, sobrevendría con el cambio de viento una temperatura casi invernal.

Además, dos circunstancias contribuían a aumentar su ai slamiento: don Tristán debió ausentarse a la campaña, donde la inundación acababa de perjudicar gravemente una de sus más importantes posesiones; y casi al mismo tiempo, en forma inesperada, el compromiso de Toto se rompió.

Para colmar la aflicción de doña Irene, el doctor hallábase también en la Capital, aunque una vez arreglada la suplencia del consultorio, regresaría lo más pronto posible, con el fin de tomar, ya continuas, sus vacaciones.


LXXXIV


Contra lo que pudo temerse, la ruptura del compromiso anunciada una noche por el mismo Toto con su habitual impetuosidad, conmovió poco a Luisa.

Había vuelto aquél, de pronto, hacia la mitad de la velada con que las tres, en compañía de Suárez Vallejo, prolongaban la sobremesa.

Entró, chorreando agua del impermeable, dijérase que al empuje del ventarrón, renovado en eso, y avanzando hasta la cabecera de la mesa, donde asentó sus manos como un orador, dijo con displicencia un tanto burlona:

—He deshecho mi compromiso.

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