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Página:El Angel de la Sombra.djvu/179

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EL ANGEL DE LA SOMBRA

el fin, por no dejar plantada una chica distinguida, amiga de su hermana, cuando la propia suegra le alzó el escrúpulo con una insensatez.

Empeñada en renovarle el elogio de "la joya que se llevaba", aunque sin duda creíalo digno de ella, no sólo aprobaba la debilidad de Adelita por todo cortejo eventual, considerándolo tributo debido a su belleza irresistible, sino que una de las últimas noches había llegado a encarecerle casi como un favor la decisión de quererlo su hija a él solo, hasta concluir, tuteándolo, para mayor impertinencia:

—Porque cuando te prefirió, tenía cuatro festejantes más. Y todos de anillo!

Fué la gota del desborde. No se diría, entonces, que la perjudicaba. Cuatro, nada menos!

Carguen ell os con el perfume Jockey-Club y con la suega de barlita!

Sin embargo, para evitar explicaciones penosas y tentativas de acomodo, iría a reunirse con don Tristán, que quizá estaba necesitándolo.

Partió, pues, al día siguiente; y las Foncuevas, dando por malograda la estación con el temporal, se ausentaron sin despedirse, decididas a completar su veraneo en la montaña.


LXXXV


Veinte días llovió casi de continuo; y si bien no enfriaba mucho, la humedad obligó a calentar las habitaciones.

Luisa adelgazaba, aunque sin debilidad aparente, adquiriendo una elegante delicadeza que inducía a