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Página:El Angel de la Sombra.djvu/25

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EL ANGEL DE LA SOMBRA

dad realmente marmórea de su lozano rostro y de su calva tan límpida como sus lentes.

—Lo que pueden hacer, dijo, es organizar una clase de conjunto con Adelita Foncueva que también quiere perfeccionar su dicción, según me parece habérselo oído a Luisa.

Todo quedó así arreglado al instante. Don Tristán se inclinó sobre el plato, dando con el cuchillo en el borde los tres golpecitos que constituían su modo de celebrar cualquier acierto; doña Irene dilató en una sonrisa como jugosa de bondad, su boca siempre bella; y Efraim despojóse de su gravedad un poco hostil al proyecto.

Su frente más bien angosta, de una suave obstinación femenina, pareció iluminársele bajo los cabellos, castaños como los de su hermana, pero abandonados en apolíneo desorden; porque no había rostro más sensible a cualquier emoción, hasta volverse, conforme ella fuera, desagradable y simpático en extremo. Una verdadera claridad juvenil irradió sobre todos su expresión serena; y la fuerte mandíbula, apretada con firmeza casi brusca, desafiló como bajo una caricia su corte seco.

"Los mismos ojos de Luisa", pensó cariñosamente la tía Marta, al ver abismarse en su fondo aquella líquida claridad.

—Así estudiarán los tres, dijo en alta voz, aludiendo a la amiga de su ocurrencia. Y cuando sea menester, yo haré de rodrigón con el mayor gusto.

Luisa que había permanecido como ajena, bajo aquella abstracción remota que le era peculiar, pareció envolverla en la suavidad silenciosa de sus pestañas.