El episodio musical en que habíase manifestado, sin sorprender a nadie, la viva sensibilidad de Luisa, casi al punto recobrada también, vinculábase por el comentario inspirador de la petición de Suárez a la tía Marta, con el solemne concierto primaveral del conservatorio donde Adelita iba a graduarse profesora un año después. Aquella fiesta, en la
que sólo tomaban parte las tituladas del curso anterior, caía el próximo miércoles.
Luisa, como era de esperarse, declaró que no asistiría; pero Adelita no podía faltar.
—Si tocaras tú—díjole aquélla—iría por ti. Pero ahora, añadió con ligera intención, no te hago falta. Irá Toto... y mamá, que es de la congregación protectora de Santa Cecilia. Yo me quedaré con tía Marta, que tampoco ha de ir. Pero no seré desleal contigo. No le pediré que toque nada para mí sola, ni daré la lección de francés.
—Lo que es por la lección... Por la música, sí, te agradezco. El momento de ayer fué inolvidable! Sublime!... Toto y yo participamos de tu misma emoción. Te aseguro que me he vuelto schumanniana. Elegiré para mi presentación de aquí a un año El Carnaval de Viena... Pero qué le daría a nuestro "profesor" para irse como se fué?... Estaría celoso de la pianista?
Suárez Vallejo había partido casi bruscamente, conturbado hasta el disgusto por la sospecha que se reprochaba como un error de su vanidad, no menos que por haberse dejado traicionar con aquella mirada idiota.