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Página:El Angel de la Sombra.djvu/51

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EL ANGEL DE LA SOMBRA

Traicionar?... Traicionar de qué?...

¿Iba, acaso, a caer en una tontería de mozalbete? Bueno estaría él pensando en Luisa... o Eulalia de Almeida—exageró para mortificarse con mayor sarcasmo—la muchacha más ensoberbecida con su aristocracia y su fortuna, según lo indicaba su propio retraimiento, a pesar de la sencillez, de la suavidad, que no son sino el pulimento de la buena crianza. Bastábale recordar el donaire con que en aquellos versos se declaró marquesa. Y muy justamente por cierto. Porque lo merecía más que muchas del título. "Una marquesita de raza y de poema", pensó, recordando su propia frase. No le faltaba más que caer en semejante locura! Y displicente hasta lo sonbrío, apretada de amargura la garganta, sintióse, a la verdad, ferozmente solo.

La avenida desierta en su alejamiento ya considerable del centro, resultábale hostil con su anchura, su arboleda, sus palacetes. Apretó el paso, hasta alcanzar con verdadera satisfacción la primera encrucijada de tranvías. Saltó al correspondiente, con tan alegre ímpetu de familiaridad, que el guarda no pudo menos de sonreírle.

—Me he libertado, pensaba con gozo ingenuo.

Una alegría vertiginosa, desatentada, de contenerse para no gritar, inundóle de golpe el alma.

Sí, sí: era cierto! Aquellos ojos, aquel rubor, aquel grito, aquella transfiguración sobrehumana! Veía bien el corazón, sin mengua de la rectitud consigo mismo. Y cómo no iba a ver así, iluminado por el milagro de su hermosura! Pero ¿era posible? Era posible que ella, ella, el ser de luz, de