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EL ANGEL DE LA SOMBRA

la circunstancia de suponerlo resentido con los Almeidas, quién sabía por qué...

...Por algún menosprecio que le harían, tal vez sin notarlo, para mayor ofensa.

Revelósele, de pronto, una enternecida relación entre esa soledad de extranjero, sin nadie, acaso, en el mundo, y su desamparo de huérfano, tirado por la suerte a la buena de Dios, sin dejarle, siquiera, el recuerdo de la madre muerta siendo él tan niño... Probablemente, díjose, bajo el peso del deshonor... De un deshonor que fuí yo mismo... Solían acometerlo de cuando en cuando aquellas crisis de angustiosa desazón ante la desgracia imaginable. Pero la de esa noche asumía una violencia singular.

—Demonio de ideas negras!, exclamó, encendiendo con rabiosa vehemencia su décimo cigarrillo. Hacía más calor aún, y la comida, que pidió en la antecámara, había contribuído a cargar la atmósfera. No podía, para colmo, abrir la ventana de aquella habitación que daba al patio central, mientras tuviera luz, porque lo veían desde otros departamentos, sobre todo desde uno donde acababa de instalarse, para peor, pues velaba hasta el amanecer, una divette francesa: con lo que la humareda del continuo fumar; llenaba a cada rato las dos piezas del suyo.

—Para eso—se zahirió—para eso eres pobre, infeliz, y tienes que aprender a resignarte.

Suspiró con despechada ironía.

—Y a no formar castillos en el aire... —concluyó, siguiendo largamente con los ojos una voluta de humo.