Era menester, en efecto, fumarse aquel insomnio que se anunciaba tenaz, a despecho de los dos o tres expedientes aburridos cuyo estudio acometió con energía.
Por suerte, hacia las cuatro de la mañana sobrevínole una soporosa lasitud, y se durmió con sueño incómodo.
El sábado por la tarde recibió Cárdenas dos sorpresas: el rostro sombrío de Suárez Vallejo, en quien lo notaba por primera vez, y la invitación de ir juntos el siguiente día al hipódromo.
Querrá distraerse porque habrá trabajado en exceso, pensó, relacionando ambas cosas con la entrega de los expedientes estudiados. Mas, rectificándose casi al punto con malicia:
—Mañana?... Bueno. Habrá dos carreras interesantes. Pero, usted renunció ya "su cátedra"?... La lección, sabe?—a la chica de Almeida.
—No, por ahora. Me he concedido un asueto que, de seguro, será grato allá también.
Su gesto púsose desapacible. Cárdenas echóle una mirada jovial.
—Ah, dijo sin transición, no creía que estuviesen tan adelantados.
—Cómo adelantados!...
—Sí, porque esto tiene todo el aire de un enojito con "ella".
—Pero qué disparate, Cárdenas!
—No, compañero, no lo tome así. Retiro todo, si se me va a ofender. Se me había puesto, no más...