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EL CARDENAL CISNEROS

natural de las debilidades de la carne, le recomendó al Padre Cisneros, sujeto el más á propósito por su talento, por su desinterés, y por su piedad para dirigir aquella augusta conciencia que apelaba á su Confesor, no sólo en sus escrúpulos religiosos, sino en todos los árduos negocios de Estado en que la astucia hipócrita, la ambicion sórdida ó la sándia estupidez, ocultándose tras la austera exterioridad de un Confesor, ligeramente elegido, podia precipitar á la Soberana de Castilla por pendientes y abismos de perdicion.

No era fácil que esto ocurriese en tal caso, pues la Reina Católica acostumbraba examinar por sí á aquellos sujetos de quienes pensaba servirse; pero bueno fué que el Cardenal Mendoza, su Consejero y amigo de todos tiempos, conociera de antemano y le recomendara á Cisneros. Llamóle el Cardenal con un pretexto plausíble á la Corte, y aunque con gran repugnancia, pues temia que por cualquier motivo tuviera que abandonar su soledad queridísima, obedeció el austero Franciscano. Llevóle el Cardenal, como por ocasion, segun dice uno de sus biógrafos, al cuarto de la Reina, y ésta, después de haberle probado en larga y variadísima conversacion, comprendió que no podia elegir para Confesor sacerdote de ilustracion mayor y de virtud más completa.

En vano Cisneros expuso con gran encarecimiento á la Reina que su vocacion era apartarse del mundo y vivir siempre en un claustro, pensando en la salud de su alma; en vano que, por no tener que dirigir conciencias, se habia retirado de Toledo y buscado el solitario retiro de Nuestra Señora del Castañar; en vano que, ahora con más motivo, por no considerarse capaz, insistía en su vocacion, puesto que la vida de los Reyes, por arreglada que fuese, ofrece de continuo accidentes y circunstancias en que necesita un Confesor, no sólo de buenas intenciones, sino de gran capacidad y experiencia consumada; en vano que, para él, era un peligro tener que responder ante Dios de la conciencia de una Soberana que debia dar cuenta de la direccion y gobierno de tantos Reinos. La noble y magnánima Isabel I escuchó sus razones con semblante apacible, se sonrió al ver el justo temor y la humildad reverente del buen fraile, no temió en la limpia y santa honestidad de su conciencia, de sus inclinaciones y de sus propósitos, la inflexible severidad de su futuro Confesor, y contenta de la ilustracion y piedad superiores que en él descubría, le dijo por