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EL CARDENAL CISNEROS

Reina, después de cortas vacilaciones, se fijó en su Confesor, á pesar de que este mismo le dio un consejo contrario al del Cardenal, fundándose en que, extendido y arraigado el poder de los Reyes, no era de temer el de ningún particular, y á pesar de que la vacante era codiciada por altos y poderosos señores, pues entonces, como siempre, bien que los aspirantes repitan con humildad el nolo episcopari, las altas dignidades de la Iglesia dejan de tener en caso alguno tenaces y molestos solicitadores. De todos se descartó la Reina, empezando por un hijo natural de su propio marido, entónces de 24 años, y ya Arzobispo de Zaragoza desde los seis, por quien Fernando trabajó con el afán de padre; pero la Reina, que le amaba tiernamente, y que pública y privadamente siempre le manifestó el respeto que una buena esposa debe á su marido, no sucumbía jamas á sus exigencias cuando estaba de por medio el bien de sus pueblos, que son y deben de ser en realidad la verdadera familia de los Reyes.

El Papa, accediendo á los deseos de la Reina, expidió las Bulas nombrando á Fr. Francisco Jiménez de Cisneros, Arzobispo de Toledo, y aquellas llegaron á Madrid por tiempo de Cuaresma. Fué llamado en Viernes Santo á confesar á la noble princesa, y cuando Cisneros se apercibía, muy temprano aún, para dirigirse á Ocaña á fin de asistir á los oficios de aquellos solemnes dias en el convento de la Esperanza en dicho pueblo, se encontró con la orden apremiante de ir á palacio. Recibióle con sumo agrado la Reina y sin preparación alguna, le dijo: Padre mio, mirad lo que envia S. S. en estas Letras Apostólicas. Tomó el pliego Cisneros, y después de besarle con respetuosa humildad, sólo leyó la dirección, que decia: A nuestro venerable hermano Fr. Francisco de Cisneros, electo Arzobispo de Toledo, pues mudando de color y dejando caer el pliego, dijo á la Reina: esto no puede dirigirse a mí, esto es una equivocación, y huyó precipitadamente de palacio.

Llegó sobresaltado á su convento, cogió á su compañero y tomó en seguida el camino de Ocaña. A tres leguas de Madrid le alcanzaron los emisarios que destacó en su busca la Reina, y que no habiéndole encontrado en la Corte, salieron tras él en caballos de posta. Resistió las razones de aquellos enviados regios, resistió las razones y los mandatos de la Reina, resistió á sus amigos, resistió á los religiosos de su Orden, á todo el mundo. Seis meses estuvo sin aceptar la dignidad para que se le nombraba, pues creia en