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EL CARDENAL CISNEROS

observantes vinieran á menos las espléndidas fundaciones que ellos ó sus antepasados legáran á los diversos monasterios. Cisneros se mantuvo firme, venció todos los obstáculos, y lo que la persuasión no alcanzaba, lo completaba la fuerza. Asi ocurrió en uno de los conventos de Toledo, de donde fueron expulsados los religiosos, que salieron procesionalmente llevando por delante el Crucifijo y cantando el psalmo In exitu Israël para demostrar que en ellos se reproducia la persecución del antiguo pueblo de Dios en Egipto.

A pesar de esto, la reforma no llegaba tan pronto á su término; pero Dios sin duda ayudaba á Cisneros en tan piadosa obra, pues no tardó en poner en sus manos nuevas armas y nuevos medios para que la pudiera consumar con decisión y con rapidez.


VIII.

Ocurrió por este tiempo (1495) la muerte del Cardenal Mendoza, quien vio endulzados sus últimos momentos por la presencia, gratitud y vivo afecto de los Reyes, que trasladaron su Corte sólo con este motivo, á Guadalajara, adonde se habia retirado su ilustre Ministro en busca de aires más puros y de clima más sano, distinguiéndose, sobre todo, la Reina Isabel, que le hizo frecuentes visitas, la cual, lejos de mostrarse ingrata ú olvidadiza con sus leales subditos y con sus grandes servidores, llevó su bondad en esta ocasión hasta el extremo de aceptar y cumplir con toda escrupulosidad el cargo de ejecutoria testamentaria del Cardenal. Cuéntase que en una de estas visitas, ya poco menos que en la agonía Mendoza, la Reina y su Ministro hablaron acerca del reemplazo que este debia de tener en el Arzobispado de Toledo, teniéndose por seguro que el Cardenal la expuso con gran calor la conveniencia de no investir con aquella gran dignidad, la más poderosa en el mundo cristiano, después de la del Papa, á ningún súbdito de ilustre é influyente familia, pues el caso de Carrillo, que tales contrariedades causó á la Reina Católica en el comienzo de su reinado, alzándose en rebelión, con grandes arrimos en el pais y con la alianza del Rey de Portugal, debia de servirle de lección provechosa para el porvenir, y aun se añade que le recomendó para aquel puesto á su confesor el P. Cisneros.

Fuera este último extremo verdad ó no, lo cierto es que la