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EL CARDENAL CISNEROS


más pequeños, regla que se cumple admirablemente en todas las altas jerarquías que fué ocupando sucesivamente el gran Cisneros. Salido de la oscuridad, ya elevado al puesto de Vicario general y Superintendente de la diócesis de Sigüenza, tuvo ocasión de acreditar muchas de sus cualidades, su espíritu de justicia, su abnegación, su prudencia, su inflexible rectitud, de tal manera, que el Cardenal Mendoza depositó en él la confianza más absoluta, y los particulares más caracterizados solicitaban y requerían su consejo para todo. Testigo el Conde de Cifuentes, gran señor y riquísimo propietario de aquel obispado que, prisionero de los Moros en un combate que tuvo con ellos hacia tierra de Málaga, escribió y rogó porfiadamente al buen Cisneros que gobernara su casa y dispusiera de las cuantiosas rentas que poseía en la diócesis como le dictase su prudencia.


V.


No ofrecía, sin embargo, esta vida de áridos negocios, y á veces de ocupaciones frívolas, grandes atractivos al espíritu austeramente místico de Cisneros. Quería retirarse á una vida de recogimiento y de oración. Quería apartarse del mundo y de sus ruidos. En vano sus amigos le combatían esta su vocación decidida. Lo único que consiguieron fué que dejase sus beneficios á su hermano Bernardino, mozo de natural inquieto y bullicioso, de quien esperaba que fuese freno la vida eclesiástica para evitar un borrón á la familia, y que, andando el tiempo, tantos disgustos había de darle, hasta intentar con él el crimen de Caín, desoyendo, no ya el reclamo de la gratitud, sino el grito de la naturaleza y de la sangre.

Habiendo renunciado á todas las prosperidades que le prometían la decidida protección y la absoluta confianza del Cardenal Mendoza, arreglados ya los que podríamos llamar asuntos de familia, de la que, muerto su padre, había quedado como cabeza y único arrimo, quiso entrar en la religión de San Francisco, cambiando su nombre de pila por el del fundador de la Orden. Fué el primer novicio que ingresó en el convento acabado de edificar en Toledo por Isabel y Fernando, llamado por eso desde entonces de San Juan de los Reyes, y su ejemplaridad sirvió como de estímulo, y si se nos permite la palabra, como de madre á todos los demás que