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EL CARDENAL CISNEROS

poseía, se encontró con que D. Alonso Carrillo, Arzobispo de Toledo, habia provisto dicho beneficio en uno de sus limosneros, y al tener noticia este Prelado de la resistencia que opuso Cisneros á ser desposeído, resolvió usar con él de gran severidad, mandándole prender y Haciéndole encerrar en la torre del mismo Uceda, esperando conseguir por este medio que renunciara su beneficio. No se dobló Cisneros con la persecución, antes, por el contrario, manifestó aquella entereza de carácter que tanto crédito le habia de dar más tarde como Ministro y como Prelado, puesta al servicio de causas más justas y desinteresadas, por lo cual aumentó la saña de Carrillo, que le hizo trasladar á más dura prisión, á la torre de Santorcaz, que entonces era la cárcel de los clérigos viciosos y rebeldes de la diócesis.

Durante los siete años que sufrió de cautiverio, Cisneros estuvo completamente entregado á la oración y al estudio, logrando su libertad, bien porque el Arzobispo se rindiera á tanta firmeza, ó se cansara de perseguirle, bien porque cediese á los ruegos de su sobrina la Condesa de Buendía. No quiso, sin embargo, Cisneros seguir bajo la jurisdicción de un Prelado que tan severo y hasta cruel se le habia manifestado, por lo cual permutó su beneficio con la capellanía mayor de la iglesia catedral de Sigüenza, á cuya cabeza estaba entonces el justamente célebre Cardenal Mendoza.

Cisneros siguió en Sigüenza una, vida estudiosa, severa é irreprochable. Alli profundizó más y más el estudio de la Teología, ese abismo de la inteligencia humana desde el cual llega ó quiere llegar hasta Dios. Alli cultivó el estudio del hebreo y del caldeo, que tanto le sirvieron para la preparación de su Biblia Polyglota. Allí se conquistó la simpatía y el respeto de todo el mundo, logrando de uno de sus amigos, D. Juan López de Medina, hombre de ardiente piedad y de gran ilustración, que fundara una Universidad en aquel pueblo. Un hombre de las cualidades de Cisneros, de su talento, de su instrucción, de su virtud, no podia permanecer oculto mucho tiempo á la vista perspicaz del Cardenal Mendoza. Efectivamente, el ilustre y magnífico Prelado conoció lo que valia, y le nombró para el puesto más importante y de más confianza: lo hizo su Vicario general, y le dio la Superintendencia de su diócesis. Los altos puestos, ha dicho un filósofo francés, hacen más grandes á los hombres grandes, y á los pequeños mucho