sangre que en Francia Richelieu, fortificar la Autoridad Real y favorecer al pueblo en contra de aquella nobleza, que pretendía eternizar las pretensiones, abusos é iniquidades de la Edad Media.
La reforma, ó por mejor decir, la casi anulación de las alcabalas fué aprobada, á pesar de la oposición de los Grandes, por la mayoría del Consejo, y con el favor de la generosa Isabel, bien pronto fué ley del Reino. Recibióse en él con alegría suma, y la mayoría de los pueblos pretendió hacer grandes regalos á Cisneros, pero no los quiso admitir, diciendo que el Arzobispo de Toledo era bastante rico de por sí para servir al Estado sin esperanza de provecho, así como no consintió en recibir ninguna de las numerosas Comisiones nombradas para felicitarle, manifestándolas, como súbdito leal, que á quien habían de dirigirse y felicitar era á la Reina, á cuya elevada inteligencia y magnánimo corazón se debia el beneficio, cosa en verdad, que en aquel caso no era una lisonja de cortesano, muy de moda en todos los tiempos.
Habiendo ya dado cima á este arduo negocio en la Corte, pasó Cisneros á Toledo para ocuparse de asuntos de su Diócesis, así como de otros privados en que tenía que intervenir por respetos á su familia, cuyos individuos eran solicitados en matrimonio por las más ilustres casas, deseosas de procurarse arrimos poderosos y ricos, tendencia que la nobleza ha seguido en todas épocas, sin duda para dar mayor lustre á sus blasones. Don Juan Giménez, segundo hermano del Arzobispo, casó en efecto con una hermosa dama que pertenecía á la familia del Conde de Barajas, y ellos y sus hijos siempre encontraron un buen padre y un gran protector en el Arzobispo, que les rogó pasaran á vivir á Torrelaguna, lugar de su nacimiento y de sus mayores.
No siguió mucho tiempo el Arzobispo en su Diócesis, pues tuvo que reunirse á la Reina, que partía para Aragón, jurada ya solemnemente su hija en Toledo como heredera de Castilla por muerte de su hermano único el Príncipe D. Juan, con el objeto de que su marido venciera las resistencias de aquellos pueblos, algo rehacios en prestar igual juramento á una hembra, cuando todavía el Rey