Página:El Cardenal Cisneros (03).djvu/10

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tantos fieles esta en peligro! No: estaré en mi puesto, y en él esperaré, si tal es la voluntad del Cielo, la corona del martirio! ¡Nobles y elocuentísimas palabras, más nobles y más elocuentes cuando se consideran la persona, el lugar y el momento solemne en que se pronunciaban!

Angustiosas y crueles fueron las horas que pasaron los sitiados hasta que llegó el Conde de Tendilla con las tropas y dispersó á los insurgentes, que se retiraron á su barrio, entonces verdaderamente inexpugnable. Allí se organizaron mejor, nombraron caudillos que los dirigiesen, y no habia medio de reducirlos á razón. El conflicto era grande: decían los Moros que «El Albaicin no se habia levantado contra sus Altezas, sino en favor de sus firmas [1].» El encono contra Cisneros no tenía límites; el Conde de Tendilla carecía en verdad de fuerzas para dominarlos por esta vía, y era de temer que el fuego del Albaicin se corriese á todas las Alpujarras, en cuyo caso estaban en su lugar las palabras muy pesadas, como las llama gráficamente el P. Granada, que el Rey con gran desabrimiento dijo á su esposa al tener noticia de aquellos sucesos: Veis aqui, Señora, nuestras victorias, que han costado tanta sangre en España, arruinadas en un momento por la tenacidad é indiscreción de vuestro Arzobispo.

Por fortuna de todos, estaba allí Talavera, á quien los Moros profesaban tanto respeto y cariño, como desvío y mala voluntad manifestaban á Cisneros. Talavera, á pesar de la opinión y ruegos de todos sus amigos, se presentó en el Albaicin precedido de un capellán que llevaba un Crucifijo, y seguido de unos pocos criados desarmados y á pié como su Prelado iba. La sola presencia del venerable Arzobispo redujo á aquellos que llamamos infieles, los cuales recordaron al instante los beneficios que le debían, las cariñosas pláticas que les dirigía desde el pulpito, y la santa paciencia é infinita dulzura con que siempre los trataba. «Ved, pues, cuánta fuerza tiene la virtud y la templanza, dice con razón al referir el hecho Mármol, que así como le vieron los Moros, olvidando el rigor y la saña que tenían, se fueron humildes para él y le dieron paz, besándole la halda de la ropa como lo solían hacer cuando estaban pacíficos.»

El Conde de Tendilla imitó la conducta de Talavera, y se

  1. Rebelión y castigo de los Moros de Granada, Mármol, cap XXV.