Página:El Cardenal Cisneros (03).djvu/12

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bien porque el esclavo, como cuentan las crónicas, se aprovechara de aquella libertad para darse á la embriaguez, que era su flaco, con olvido de su promesa, para mayor disgusto y confusión de quien fió en su celo. Ya hemos trascrito las palabras ásperas y desabridas que con motivo de estos sucesos y en contra del Arzobispo dijo el Rey á la Reina, recordando aquel el desaire que sufrió en la persona de su hijo, en posesión del Arzobispado de Zaragoza y pretendiente al de Toledo, cuando murió Mendoza. La Reina, que favoreció á Cisneros para subir á aquella dignidad, estaba corrida, valiéndonos de la frase del P. Mariana, y escribió al Arzobispo cartas muy sentidas, en que le pintaba su desconsuelo y el dolor que la produjo no haber recibido ninguna explicación suya sobre hechos tan graves, si bien después de partido el correo que las llevaba, llegó el esclavo con las noticias dirigidas por Cisneros, más tranquilizadoras ciertamente que las del Rey Fernando.

Cisneros, á todo esto, sobre pesaroso de haber fiado asunto tan importante á persona de tan baja condición como un esclavo negro, estaba con razón inquieto y disgustado por las cartas de la Reina, pensando que sus émulos y envidiosos no perderían el tiempo en Sevilla para malquistarle con los Soberanos. Despachó á Fray Francisco Ruiz, el compañero que nunca le habia abandonado, y en cuya fidelidad tenia plena confianza, hábil y persuasivo en el decir, que habia presenciado los sucesos, y que no los pintarla ciertamente en daño de su protector y amigo. Ruiz cumplió con singular acierto su comisión, dejando convencida á la Reina y templado al Rey; lo cual no era poco, pues nunca, ni en la hora de su muerte, abandonó Fernando sus envejecidas prevenciones contra Cisneros. El celo del Arzobispo, sus enormes gastos, las numerosas conversiones que consiguiera, sus grandes peligros, todo lo adujo Ruiz para restablecer la verdad en su puesto y á su Prelado en la confianza y favor de los Reyes. Lo consiguió, en efecto, logrando de la Reina que permitiera á Cisneros venir á Sevilla para defenderse y justificarse.

Partió al instante Cisneros, deseoso é impaciente de borrar hasta la última huella de disgusto en el ánimo de los Reyes, sin hacer caso de los que le aconsejaban que dejase al tiempo el cuidado de serenar la tormenta que contra él se había desencadenado. Presentóse á los Reyes y les hizo presente sus miras, de que no les dió