Página:El Cardenal Cisneros (03).djvu/13

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prévia cuenta por temer alguna oposición de su mucha prudencia. Sin duda la conversión de tantos infieles debia ser cosa que lisonjease el sentimiento cristiano de los que hablan merecido de la Iglesia el dictado de Reyes Católicos, y la unidad política del Estado, el sometimiento de todos sus súbditos, Moros y Cristianos, á la ley común, resultado de monta para espíritus tan calculadores y experimentados en la gobernacion de los reinos; de modo que á un tiempo hablaba á su inteligencia de Soberanos, y hacía vibrar la cuerda delicada del sentimiento católico. Cisneros, hombre de Estado por excelencia, que aun en sus errores tenia miras altas y grandiosas, hizo al fin entrar en su plan á los Reyes; «y viendo tan buena ocasión como de presente se ofrecía, les aconsejó que no partiesen mano de la conversión de los Moros, que ya estaba comenzada, y que pues habían sido rebeldes y por ello merecían pena de muerte y perdimiento de bienes, el perdón que les concediese fuese condicional, con que se hiciesen cristianos ó dejasen la tierra [1]

Después de algunas vacilaciones, nacidas del respeto que tenían los Reyes á lo pactado, aprobaron el plan del Arzobispo, y éste volvió triunfante á Granada. Todavía, merced á su diplomacia, hizo agradecer á los Moros del Albaicín sus buenos oficios, puesto que alcanzaban completa amnistía de la pasada rebelión con tal de que se hiciesen cristianos. Al verse á tan poca costa libres de toda pena, se bautizaron hasta con alegría. Así la mayoría, la casi totalidad de los Moros de Granada ingresaron en la fe de Jesucristo, y así también se hicieron pedazos las capitulaciones que precedieron á la entrega de la ciudad que hermosean el Genil y el Darro. La diplomacia de todos tiempos, que entrega siempre el débil á merced del poderoso, y la diplomacia de hoy que ve para qué sirven los tratados de Viena, de Italia y de Alemania, no podrá escandalizarse de este resultado; pero los filósofos, los historiadores, los hombres políticos que estudian la cuestión en todas sus fases y en todas sus derivaciones, que contemplan, á raíz de aquellos decretos, la rota sangrienta de Sierra Bermeja, en que pereció la flor de la nobleza andaluza, las guerras de las Alpujarras en tiempos de Carlos V, de Felipe II y de Felipe III, pueden y deben preguntarse si acaso una conducta de tolerancia, de prudencia, de generosidad no habría dado mejores resultados á la Nación

  1. Mármol; Rebelión y castigó de los Moriscos, lib. I, cap. XXVI.