Página:El Cardenal Cisneros (05).djvu/12

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plaza que querían tomar, y comprendiendo que la llave de ella estaba en una altura que la dominaba por completo, atacaron resueltamente esta posición, que al fin cayó en su poder, á pesar de la tenaz resistencia que opusieron los Moros. Desde entónces podía decirse que la plaza estaba á su disposición, porque podian batirla, como en efecto lo hicieron, por mar y tierra, derrotando á las tropas que el Rey de Tremecen enviaba en auxilio de los sitiados, quienes ya no podian esperar que hubiese salvación para ellos, mucho más después de muerto el intrépido Gobernador de la plaza. Al fin capitularon, y Córdoba, el general de nuestras tropas, concedió á los Moros que pudieran salir libremente de la plaza con sus mujeres, hijos y cuanto consigo pudieran llevar, publicando una orden del dia para nuestro ejército en que se anunció que se castigaría con pena de muerte todo desmán que se cometiese con los Moros, pena terrible que no hubo necesidad de aplicar más que á un solo soldado que se propasó con una mujer árabe, lo cual sirvió de escarmiento entre los nuestros, y para conquistárnos la simpatía y la confianza de los contrarios.

Asi cayó en nuestro poder Mers-el-Kebir, plaza fuerte de gran importancia, magnífico puerto que todavía hoy existe, llave de la Mauritania, y que podia y debia ser para los Españoles, desde aquel mismo momento, la base de operaciones de todas las conquistas que se emprendiesen en las regiones africanas.


XXXIX.

Grande, inmenso fué el entusiasmo que produjo en España la noticia de esta importantísima victoria, con tanto más motivo, cuanto que hácia un mes que nada se sabia de la expedición, y no faltaban en la corte de Castilla, como los hay en todas y en todos los tiempos, espíritus agoreros ó envidiosos que anunciasen un desastre. En todo el reino se celebró el triunfo con grandes regocijos, hubo Te Deum en acción de gracias, ordenáronse procesiones por ocho días, y cuando llegó el ejército de África, que no era necesario para conservar la colonia, se le recibió con verdaderos trasportes de alegría. Diego de Vera y Gonzalo de Ayora, que llegaron bien pronto para dar cuenta al Rey Fernando de lo ocurrido, fueron recibidos con el mismo entusiasmo, así por la corte