Página:El Cardenal Cisneros (05).djvu/2

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despedida, que atrás queda relatada en estas páginas, tan descortes y grosera! Poco espacio habia mediado entre un suceso y el otro; pero en las naciones, como en los individuos, el tiempo se mide mejor por los grandes hechos que influyen y modifican profundamente su existencia, que no por los años que resbalan insensiblemente sobre los mismos, y la verdad es que las rapiñas, los despilfarres y las iniquidades de los Flamencos, seguidas de las agitaciones, turbulencias y anarquia que vinieron después y á duras penas podia remediar el animoso Cisneros, hicieron que todos, aun sus propios enemigos, consideraran como á un salvador al que no más que meses áantes vieron partir con gusto ó sin sentimiento.

Consumado político D. Fernando, trató con agasajo y afecto á todos los Nobles que se le presentaban, como que si los Castellanos necesitaban de él, no menos él necesitaba de los Castellanos; pero á pesar de esto, entraba por los pueblos de Castilla seguido de poderosa escolta y rodeado de gran magnificencia, como si con esto quisiera borrar de su ánimo el penoso recuerdo de su anterior despedida. Vió á su hija la Reina Doña Juana en Tórtoles, pequeño lugar adonde salió á recibirle, y allí, en una conferencia á que asistió Cisneros sólo, hubo un momento de efusión entre padre é hija, á quien apenas aquel conoció por el estado de abatimiento á que habia llegado. Doña Juana estuvo muy respetuosa con D. Fernando, pues cuando éste la preguntó el pueblo adonde queria trasladarse con la Corte, díjole al punto: Las hijas deben obedecer á los padres: á lo cual replicó el Rey Católico con tanta cortesania como afecto: que ella era su hija, pero que era también la propietaria y Señora del reino.

Verdaderamente que el Señor de Castilla desde entónces lo iba á ser D. Fernando, como nunca lo habia sido, ni en vida ni en muerte de su esposa. Con gran vigor tomó en sus manos y rigió hasta morir las riendas del poder supremo. No se consideró obligado, ni tuvo por conveniente convocar las Córtes para que confirmasen su Regencia. No toleró que se menoscabase su autoridad, y no temió pasar por ingrato y hasta por cruel cuando se trató de castigar á quien de algún modo la hollaba ó desconocia. Digalo sino el pobre Marques de Priego, que habiéndose atrevido á prender á un delegado del Rey, enviado á Córdoba para apaciguar la ciudad, fué juzgado y sentenciado como reo de lesa Majestad, sin que le valieran su arrepentimiento ni los grandes servicios de su padre,