Página:El Cardenal Cisneros (09).djvu/7

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limosna, que debia ser pura y gratuita, se favoreciese á la relajacion, dispensando en las costumbres antiguas y observancias de la Iglesia; nuestro Cardenal fué, en fin, el que, cuando el mismo Papa León X impuso una contribución extraordinaria al clero español para defender la Iglesia de los ataques que se temian de los Turcos, consintió en que se reuniera un Concilio Nacional en Madrid para representar contra esta exaccion. Por cierto que, cuando el agente de Cisneros en Roma expuso el caso al Papa y el disgusto del Cardenal y de su Clero, se llegó á averiguar, que ni el Concilio ni el Pontífice habian impuesto aquella contribución sino para cuando en realidad los Turcos atacasen á Italia, cosa que no habia ocurrido hasta entonces; sólo que el Nuncio del Papa en España, con exceso de celo por complacer á su señor, habia impuesto propia auctoritate esta carga á la Nación Española.

¡Áh! señores Nuncios, señores Nuncios! ¡Cuánta falta han hecho en este católico país de España Prelados y Ministros como Cisneros, que contuvieran vuestras intrusiones y demasías!



LVII.

La situación de Castilla al cabo era próspera y feliz; pero se le aproximaba á toda prisa otro período de prueba. Andaba D. Fernando triste y desesperado: atormentábale la enfermedad que sigue á los viejos, que quieren tener sucesión y no pueden tenerla; enfermedad moral al principio, y luego física é incurable. Habia muerto el único hijo que tuvo de su segunda esposa la Reina Germana, y empeñado en tener sucesión, diéronle los médicos un remedio para avivar su naturaleza agotada por los años y los achaques; pero como estos estímulos forzados, como estas violencias, con la excitación de la fiebre, esconden en sí la ruina y traen más pronto la muerte, D. Fernando cayó peligrosamente enfermo, y ya todos anunciaban su próximo fin. Así agotó más pronto su vida, sin prolongarla y trasmitirla á nueva descendencia. Asi, el profanado lecho de su primera esposa, la santa é inmortal Isabel, era desde que lo ocupaba la Reina Germana su lento suplicio y su infalible muerte. Así, lo que creyó salvación cierta fué perdición segura, y no consiguió dar un heredero á sus Estados de Aragón y Nápoles, aniquilándose poco á poco y expiando duramente la falta