Página:El Cardenal Cisneros (09).djvu/8

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cometida; que, aparte de lo que más allá del sepulcro nos puede esperar, los hombres, grandes ó pequeños, Reyes ó súbditos, se forman por si su propia providencia en el tejido ordinario y en el natural desenvolvimiento de la vida. En vano se buscaban esparcimientos y distracciones al abatido espíritu de D. Fernando. En vano en Valladolid se celebraba un magnífico torneo á que asistía el Rey, torneo en el que se presentó como uno de los mantenedores D. Alonso de Mendoza, Conde de la Coruña, que acababa de desposarse con la sobrina del Cardenal, y lució la destreza propia y la magnificencia de su nuevo tio, que, aunque pagó los grandes gastos que hizo con este motivo, le aconsejó ser más mirado en lo venidero. En vano cambiaba de aires, y se dirigía á Burgos, porque allí hubo un momento en que sus médicos le consideraron fuera de todo humano remedio, y de Burgos pasaba á Aranda, y de Aranda se dirigía á Segovia, cuyos aires puros creyó que le salvarían, y luego pasaba á Falencia, en el otoño, porque en parte alguna se encontraba bien, y todo le disgustaba, y de todo se aburría. ¡Ay! Lo mismo ahora que entonces, cuando á un enfermo le llega el momento fatal, la humana ciencia es impotente y se limita á aconsejarle que cambie de aires, que es como si le dijera: busca el sitio de tu sepulcro.

Esta enfermedad era conocida en toda Europa, y el Archiduque Carlos, de acuerdo con su Consejo de Flándes, envió á España á su maestro Adriano, bajo el pretexto de conseguir la aprobación del Rey Fernando para el matrimonio de aquel Príncipe con la hija de Luis XII; pero con la instrucción secreta de que, si aquel llegaba á morir, tomase posesión del reino y lo gobernase interinamente como Regente hasta nueva órden. Llegó á España el Dean, y en la primera audiencia fué recibido con grande honor; pero era demasiado cándido el Dean, y astuto en demasía el viejo agonizante, para que á éste pudiera ocultarse el verdadero objeto de su venida. Nadie mata á su heredero, según la frase del Emperador Romano; es verdad; pero á todos disgusta, singularmente en los solemnes momentos de la agonía, ver muestras de impaciencia y de apresuramiento en los sucesores ó en quienes los representan. Así es que cuando al Rey Fernando dijeron que Adriano deseaba verle segunda vez, contestó ásperamente: «¿qué quiere? ¿viene á saber si yo me muero?» No quiso recibirle aquel dia; y aunque algunos después le vió por consejo de sus Ministros, no le trató con